miércoles, 22 de mayo de 2013

Todo ha cambiado. El mundo, el olor del aire. Los ruidos se hacen opacos. Las voces distantes. La vida se te escapa de las manos sin poder impedirlo. El dolor te la absorbe, el dolor de las cicatrices, de las caídas, de los labios sin besos. Respiras lo que te queda, que es nada. Te sientes caer desde dentro, cada trozo de ti precipitándose al vacío, sin poder articular ni un solo sonido. Sólo esperas a un descanso dentro del silencio, que es todo lo que te ha quedado. Ni siquiera cenizas, a ellas ya se las llevó el viento. Sólo un silencio vacío, con eco, limpio. No queda nada. Ni tú, ni nadie. Tampoco lágrimas. Entras en una especie de coma temporal, de saturación de tristeza, de arrollamiento por la situación. Tantos golpes te anestesian, y sólo eres consciente de una cosa, de que respiras. Es lo único de vida que te queda. Sólo respiras, cansada de sentir, privada de hacerlo. Pierdes el espacio, el tiempo. Sin darte cuenta ya es lunes y cuando vuelves a fijarte puede ser domingo o una hora después. Dejas de ser parte de tu vida para pasar a observarla. Y lo único, lo único que sigue igual, es que respiras.

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