viernes, 29 de agosto de 2014

Hoy es la noche de mirarme a mí misma sin nadie. El tiempo imperdonable sigue golpeando cada campanada. ¡No me queda nada! Y empiezo a pensar que jamás la tuve.

[Este es el trozo de papel en el que me pongo tan sincera que ya no sé qué decir. El reino de los poetas necesita una excusa permanente para ser infeliz.]

Se puede vivir sola, aunque te traiciones merodeando tus ecos. Pero se puede, sólo hay que reciclar el miedo. Esta soledad que sientes no es más que el silencio de un corazón hambriento. Todo se cura, no te preocupes, y lo grito desde la enfermedad más profunda.

Y si te ahogas de tanto respirar hormigón... el lápiz nunca te dejará sola, y cada verso dará un punto a tu corazón. No dejes crecer demasiado el ego, o quitará espacio al dolor. Y vivirás en la paradoja eterna de la felicidad y el escritor. Cuando hay letras, ¿quién necesita calor? Cuantas más puñaladas, más precisos serán los ritmos de mis madrugadas. 

¿Locura? Tal vez, pero vivir al borde de la cordura fue lo peor que me pudo retar. Y me lancé de espaldas a mi pasado, por demasiado miedo a terminar. Ahora en un oído suena el Réquiem de Mozart, y por el otro medio, una guitarra en pleno asedio. 

Apocalíptico de principio a fin, pero sola y sin nadie, que es lo que quería oír. No es cuestión de orgullo ni apuntar tantos a mi favor. Es cuestión de curar un corazón al que un rasguño más supondría su total aniquilación.

Y con ella la nada, la nada y sólo yo.

Por todo eso escribo. Porque escribir es mi pasión.

Y tú, ¿por qué no escribes? ¿Acaso ya tienes quien te salve la razón? 

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