Tendría que haberte cerrado la puerta en la cara.
Voy cuesta abajo sin frenos
y la siguiente curva está al noreste
de tu cuello.
Y me estrello con ganas,
y me estallas las entrañas,
me devoras las ideas
y se me acaban las palabras.
Tendría que haberte quemado
de poesía.
Terminarte entero
y ni molestarme en leer
mis propias agonías.
Todo al fuego del olvido,
me perdono a mí y a ti
que somos lo mismo.
En serio,
nos perdono.
Tendría que haberte despertado
y destruido aquel día.
Ahora yo ya no quedo,
y tú brillas.
¿Quién soy?
No quien conocías,
he aprendido a tener garras,
a mentir sonrisas,
a destrozar amapolas
y a estar sola.
Ni tú sabes quién soy.
Y eso me consuela.
No quiero escribirte ni media letra más.
Por eso te pido que las arranques de este poema.
Quiero que tu silencio sonría.
Apágame las velas,
recuérdame avenidas.
Y, esta vez sí,
rompe mis puertas.
Aquí te esperamos
los del alma torcida.
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