A veces la vida se reduce
a un golpe de suerte
a un verso bien colocado,
a un beso mal dado
(o en la mejilla,
que es lo mismo)
a estar en el lugar correcto
en el momento equivocado;
mirar las horas en el calendario
y los días en el minutero.
A veces la vida se escapa
de lo que entendemos.
¿Dónde vas,
dónde está mi casa?
¿Dónde te escondes,
dónde está la mañana?
No.
Nada se entiende
ni se reduce;
nada desaparece,
sólo resurge.
A veces la vida se difumina.
Cambia de formas
y se funde en otras.
A veces la vida no ilumina.
Pero a lo mejor la noche
huele a aire;
a lo mejor la tiza se limpia;
a lo mejor se escurre
una gota de tinta
y la pluma se pudre.
A lo mejor el golpe de suerte
resulta ser tan malo
que te hace sonreír
y pone punto y aparte
a golpe de felicidad
a cualquier tipo de arte.
Pero al final,
le coges cariño.
Al final,
la lluvia es preciosa;
querer,
ponerse un dueño;
depender,
un desgaste continuo;
la poesía, necesaria
y la verdad,
despertar de un sueño
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