jueves, 5 de junio de 2014

¡Hola,
buenos días!
Son las dos de la mañana.
De la mañana
de tu piel ausente
entre tanta ceniza,

que se dibuja como
un paisaje único
de relojes en vela
contando hacia atrás
para olvidar mis lunares.

Una vez sola
(sin ti y con todos)
me pierdo yo,
en unos continentes tan lejanos
que ni siquiera sé si existen
mientras tu áspera mano
se agarra a estos poemas
hasta ahogarlos en sus propias
letras.

Y por cada palabra ahogada
nos veo menos singular
y más plural,
menos yo
y tú cada vez más



lejos



de volver.

¿Cómo se vuelve sin sitio?
Ya sin ojos vidriosos
o atrapados en el tiempo
de sus fechas cosidas
entre intentos y viento.

Ya no quedan ni dos
ni mañana,
sólo hiedra creciendo
por nuestro muro
y meses cargados
con recuerdos a ametrallar.

Ya sólo quedamos tú
y yo.

 
Y ahora,
¿qué nos frena?

 
Al despertar con el sol
renegaré de este poema
--¿quién recita tanta blasfemia?
me conozco derrotada—
por tanta verdad escrita
en la epidemia de las dos
de la mañana.

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