domingo, 15 de febrero de 2015

Nunca, nunca más.
Nuestra última poesía se terminó el día en el que me dijiste que te daba igual y no te devoré la espalda.
Nuestra única poesía
fue las noches que te lloré
mientras te compartías con mil almas más
vaciando la mía con cascadas
de mentiras.
Nunca, nunca más.
Nunca qué.
Siempre tú.
Tú, me, mí, con ellas.
Siete mil personas hacen cola
para que nos saludes con el arco de tus cejas
doscientas mujeres que duermen sobre tu cuello
y ninguna te conoce como yo
y no te quiero como a ellos.
Nunca, nunca más.
Hazme las maletas.
No tengo la fuerza para decir adiós de verdad.
Sigo con medio pie enganchado en tu puerta,
mi mano derecha aferrada
a tu orquesta
y la mitad de mi boca colgando
de nuestras piezas.
Siempre, siempre más.
Mis ruinas llevan mucho tiempo
sin escucharte repasarlas
y recitarlas de memoria.
Y hasta yo te echo de menos.
Recuérdame el color de la miseria
y destrúyeme de gloria.
Te espero a las siete y cinco
en la puerta de mi histeria.

martes, 10 de febrero de 2015

Tendría que haberte cerrado la puerta en la cara.
Voy cuesta abajo sin frenos
y la siguiente curva está al noreste
de tu cuello.
Y me estrello con ganas,
y me estallas las entrañas,
me devoras las ideas 
y se me acaban las palabras.
Tendría que haberte quemado
de poesía.
Terminarte entero
y ni molestarme en leer
mis propias agonías.
Todo al fuego del olvido,
me perdono a mí y a ti
que somos lo mismo.
En serio,
nos perdono.
Tendría que haberte despertado
y destruido aquel día.
Ahora yo ya no quedo,
y tú brillas.
¿Quién soy?
No quien conocías,
he aprendido a tener garras,
a mentir sonrisas,
a destrozar amapolas
y a estar sola.
Ni tú sabes quién soy.
Y eso me consuela.
No quiero escribirte ni media letra más.
Por eso te pido que las arranques de este poema.
Quiero que tu silencio sonría.
Apágame las velas,
recuérdame avenidas.
Y, esta vez sí,
rompe mis puertas.
Aquí te esperamos
los del alma torcida.